Gestión del Duelo en Adultos
El duelo humano se define como una reacción adaptativa natural, normal y esperable ante la pérdida de un ser querido. Es un acontecimiento vital estresante de primera magnitud, que tarde o temprano hemos de afrontar, casi todos, los seres humanos. No es una enfermedad, sin embargo, la muerte del hijo/a y la del cónyuge, son consideradas las situaciones más estresantes por las que puede pasar una persona.
Las características principales que definen el Duelo son:
Es un proceso único e irrepetible, dinámico y cambiante momento a momento, persona a persona y entre familias, culturas y sociedades. No es un proceso que sigue unas pautas universales.
Normalmente el duelo se relaciona inequívocamente con la aparición de problemas de salud. En los casos de viudedad, se multiplica por cuatro el riesgo de depresión. Durante el primer año casi la mitad de viudos/as presentan ansiedad generalizada o crisis de angustia. Aumenta el abuso de alcohol y fármacos. La mitad de las viudas utilizan algún psicofármaco en los 18 primeros meses de duelo. Hasta uno de cada tres dolientes pueden llegar a desarrollar un duelo patológico.
Aumenta el riesgo de muerte – los viudos tienen un 50% más de probabilidades de morir prematuramente, durante el primer año – principalmente por eventos cardiacos y suicidio.
Existen varios elementos a tener en cuenta al hablar de Duelo, como las características de la persona en duelo, su situación personal y antecedentes, quien es la persona fallecida para el doliente, qué valor tenía esa persona en la vida del doliente, las causas y circunstancias de su fallecimiento, las relaciones socio-familiares, costumbres y contextos sociales, religiosos, etc… A pesar de todas estas variables, se puede describir a grandes rasgos la evolución del duelo a lo largo del tiempo, dividiéndolo en diferentes fases o períodos que reúnen unas características y nos ayudan a entender lo que sucede en la mente del doliente. Dichas fases podrían diferenciarse en:
Duelo anticipado (premuerte): Comienza cuando se conoce el diagnóstico fatal de la persona querida. Se produce en la familia un shock inicial ante la posibilidad de la pérdida y después una negación más o menos radical, que habitualmente dura hasta el fallecimiento. Esta fase está cargada de ansiedad y miedo. Este momento es trascendental en la elaboración del duelo, dejando profundas huellas en la memoria, culpas potentísimas e intensas sensaciones personales de haber estado o no a la altura de lo que cada uno esperaba de sí mismo.
Duelo agudo (muerte y perimuerte): Son momentos intensísimos y excepcionales. Las últimas horas, la agonía, el mismísimo instante de la muerte, el tránsito, y la conmoción inicial de los presentes. Las reacciones físicas en los primeros momentos pueden ser diversas: llanto intenso, gritos, hiperventilación, dificultad para respirar, opresión en el pecho, en la garganta, dolor de estómago, espanto o rigidez física, sequedad de boca, temblores, desfallecimientos, debilidad muscular, etc…
Duelo temprano: El pensamiento está dominado por la negación, se acepta la muerte intelectualmente, pero no emocionalmente. Esta negación de la pérdida va seguida de la búsqueda de la persona perdida. Puede seguir con su vida normal de forma casi automática, con una intensa sensación de tensión y temor. Pasado un tiempo comienza a percibir, aunque solo sea de forma episódica, la realidad de la pérdida, con intensas oleadas de dolor y pena.
Duelo intermedio: Este período está a caballo entre el duelo temprano y el tardío, pero en el que no se tiene la protección de la negación del principio, ni el alivio del paso de los años, es un tiempo de tormenta emocional y vivencias contradictorias, de presencias, de autorrepoches y culpas, etc… Predomina el sentimiento de búsqueda de la persona querida. Se da una continua lucha contra la negación, a través de la realidad que se va imponiendo. Aparecen sentimientos de cólera por la inutilidad de la búsqueda y sentimientos de culpa, quizá pensando en no haber hecho lo suficiente, el haber fallado en algo. El doliente tiene que establecer nuevos patrones que tengan en cuenta su situación actual de pérdida. Estos cambios en algunos momentos parecen imposibles y es frecuente que caiga en la depresión y la apatía.
Finalmente se va aceptando emocionalmente la pérdida y la persona se va redefiniendo y resituando en su mundo. Cuanto más éxito tenga en estos nuevos roles, más confianza e independencia sentirá. Se reanuda la actividad social y se disfruta cada vez más de situaciones que antes eran gratas. El recuerdo es cada vez menos. Este período dura entre uno y dos años.
Duelo tardío: Transcurridos entre dos y cuatro años, el doliente puede haber establecido un modo de vida, basado en nuevos patrones de pensamiento, sentimiento y conducta. Sentimientos como el de soledad, pueden permanecer para siempre, aunque dejan de ser tan invalidantes. Se empieza a vivir pensando en el futuro, no en el pasado.
Duelo Latente (con el tiempo): Nada vuelve a ser como antes, no se recobra la mente preduelo, aunque sí parece llegarse, con el tiempo, a un duelo latente, más suave y menos doloroso, que se puede reactivar en cualquier momento ante estímulos que recuerden.
Podrían darnos pistas sobre ciertas dificultades a la hora de elaborar el Duelo las siguientes situaciones o vivencias:
Muertes repentinas o inesperadas; circunstancias traumáticas de la muerte (suicidio, asesinato).
Pérdidas múltiples, pérdidas inciertas (no aparece el cadáver).
Muerte de un niño, adolescente (joven en general).
Doliente en edades tempranas o tardías de la vida.
Muerte tras una larga enfermedad terminal (muerte por SIDA).
Doliente demasiado dependiente. Relación ambivalente o conflictiva con el fallecido. Historia previa de duelos difíciles, depresiones u otras enfermedades mentales.
Tener problemas económicos, escasos recursos personales como trabajo, aficiones…
Vivir sólo, poco apoyo sociofamiliar real o sentido.
Crisis concurrentes, laborales, económicas, judiciales…
Los objetivos principales que nos marcamos ante una situación de Duelo son:
Detectar cuanto antes las características de un posible duelo patológico o mal elaborado, que nos permita establecer un plan de actuación específico adaptado a las necesidades concretas del doliente y su sistema familiar.
Conseguir que el doliente sepa gestionar sus emociones de manera equilibrada para poder elaborar su duelo de la manera más natural y saludable posible.
Realizar un seguimiento de la adaptación a la vida cotidiana del doliente tras la superación del duelo, para evitar que no enferme y afianzar un crecimiento y desarrollo personal tras la experiencia vivida.