Miedo y Ansiedad

Me gustaría hablar aquí sobre estos dos conceptos, tan frecuentemente presentes en la práctica psicoterapéutica.

El miedo sería la emoción que la persona siente ante una situación de peligro que vive, o que imagina potencialmente peligrosa, haría referencia a la percepción, a la consciencia de peligro, aunque esta consciencia sea discutible, ya que la reacción del organismo, lo que consideramos ansiedad, es, o suele ser automática, sin tiempo para la consciencia, aparentemente.

Por tanto, la reacción, la respuesta del organismo, la activación fisiológica, sería lo que denominamos como ansiedad.

Así, el miedo sería la percepción de un peligro, real o imaginado, o anticipado, y la ansiedad, la respuesta del organismo a esa percepción.

Es por ello que el concepto de ansiedad debe ser aclarado. Frecuentemente nos consultan personas que nos dicen padecer ansiedad, como si ello, la ansiedad, fuera algo negativo, sin embargo, no es así. Lo que será negativo en todo caso, no será esa respuesta, sino la interpretación, la presunción o la anticipación de un peligro que no es tal, o que es percibido de forma exagerada, y no la respuesta de nuestro organismo a ello, que es lo que sería la ansiedad.

Por tanto la ansiedad, de forma genérica, es adaptativa. Las emociones que sentimos también. Aunque ciertamente, si la ansiedad aumenta hasta unos límites que la hiperactivación del organismo, es de tal magnitud que, en lugar de favorecer la respuesta de lucha o huida, nos impide una respuesta resolutiva, esta, bloqueará una respuesta adaptada, tal vez entrando en pánico o bloqueando la acción eficaz y/o produciendo un desmayo o síncope.

Es decir, cuando un paciente nos consulta diciendo que padece ansiedad, hemos de reconducir la acción terapéutica hacia la identificación de lo que la genera y no solamente hacia ella. Sería algo así como con la fiebre. Lo principal siempre será erradicar lo que la genera y no combatirla exclusivamente.

De hecho, los trastornos de ansiedad se caracterizan fundamentalmente por la razón que los explican y no por la respuesta del organismo a ellas. Es decir, en la fobia supondrá un miedo a algo que objetivamente no entraña peligro, sea un ascensor, una paloma, montar en avión, o tener que hablar en público, etc. Por supuesto, en todos estos casos, estará presente la ansiedad, pero lo que habremos de trabajar será su conducta ante el avión, paloma etc., creencias, pensamientos, etc., y no exclusivamente la ansiedad.

En la hipocondría, lo que habrá que combatir será el miedo a padecer una enfermedad que no se padece, y no tanto la ansiedad que obviamente por ello tendrá esta persona.

En la fobia social las actitudes, creencias, y pensamientos referentes a hacer el ridículo, por ejemplo…, aunque con ello, naturalmente tendrá ansiedad.

En el trastorno obsesivo compulsivo, por ejemplo, habrá que combatir su miedo a dejarse el gas abierto, el tener que inevitablemente comprobar una y otra vez, y no tanto, la ansiedad que naturalmente sentirá.

En otras circunstancias, también se produce ansiedad como consecuencia de un estado físicamente negativo, por ejemplo, cuando la persona está enferma, siente dolor, o percibe que su cuerpo no le permite una vida normal. También se producirá si la persona está afectada como consecuencia del consumo de drogas y especialmente durante la abstinencia.

Es decir, la persona, su organismo, reacciona con ansiedad cuando la persona está en peligro, también si lo imagina o el organismo está enfermo, puesto que entonces reacciona a circunstancias anómalas, como por ejemplo pueden suponer la enfermedad o una simple resaca, o ante un cuerpo enfermo que nos limita.

Así podríamos seguir con otros trastornos de ansiedad como la agorafobia, o la ansiedad generalizada o la ansiedad por separación. Sin embargo, lo que es normal es que se dé en todos ellos, como respuesta.

Es por ello que nuestra atención terapéutica, en general, no debe dirigirse tanto a combatirla como a modificar las razones, circunstancias que la originan.

A pesar de su condición de saludable, la ansiedad, como podría ser también el hambre, el dolor o la fiebre, ocasionalmente, pueden ser reforzadas negativamente, de tal manera que resulten ser perniciosas y desadaptativas.

Me explico. Si, por ejemplo, ante un niño, imaginemos un bebé satisfecho, limpio, adecuadamente atendido, al que ponemos en su cuna para dormir, respondemos a su llanto con preocupación y le cogemos rápidamente en brazos, es probable que le estemos transmitiendo que las circunstancias en las que se encuentra, la cuna y dormir solito, no son normales, sino peligrosas. Puede, a partir de ese momento, y sobre todo con experiencias reiteradas, acabar concibiendo que el hecho de que le dejen en la cuna es algo negativo, peligroso, y por tanto acabar reaccionando con ansiedad ante una circunstancia completamente normal.

Es decir, la ansiedad no es el problema sino lo que la genera. Eso es lo que hemos de atender.

Imaginemos a una persona que tiene hambre y le damos una droga que se lo quita, no comería, y al final moriría. Pues bien, desgraciadamente esto se está haciendo con la ansiedad en nuestra sociedad. Estamos prescribiendo drogas para dormir a personas que se pasan el día sentados frente a ordenadores o móviles, en lugar de incitarles a hacer ejercicio, que dejen el consumo de drogas o cambien sus hábitos de conducta.

Es por tanto necesario centrarnos no tanto en combatir la ansiedad como en las circunstancias que la generan.

No se me entienda que en ningún caso hemos de consumir ansiolíticos, pero sí que no debemos consumirlos como solución. Obviamente serán necesarios cuando las circunstancias sean tan tremendamente duras, inasumibles que la ansiedad sea muy alta y sobre esas circunstancias poco o nada podamos hacer, el ansiolítico ayudará a la persona a sobrellevarlas mucho mejor. También puede ayudar a la persona en la medida que facilite la adecuada actitud para afrontar aquello que sin el ansiolítico no podría, y siempre bajo prescripción médica.

Sin embargo, incluso ante circunstancias dolorosas, esas que no podemos cambiar, modificar, tal vez si podamos contemplarlas desde otro ángulo, relativizarlas, y llegar a ser conscientes de que hemos de abandonar ese punto de vista dañino sobre nuestra realidad y valorar eso positivo que tenemos, al margen de la ayuda que nos pueda prestar el ansiolítico.

Si no lo sabemos hacer no cabrá más que perpetuar el sufrimiento más allá de lo que es estrictamente normal e inevitable.


Miguel Ángel Ruiz González – Psicólogo BI00253