El Desarrollo del Autoconcepto
¿Por qué algunas personas son seguras de sí mismas? ¿Por qué algunos se ponen nerviosos donde otros parecen gozar? ¿Por qué algunos temen expresar sus ideas, sentimientos y opiniones y otros no? Pues bien, parece que tiene que ver con el desarrollo del autoconcepto.
Cuando un niño/a nace, no sabe quién es, para qué sirve, no sabe si es un ser respetable, digno, capaz, inteligente, bueno, o todo lo contrario. Poco a poco, con el paso del tiempo, la educación y las circunstancias que le rodeen, se va a ir forjando una idea de sí mismo, pero ¿cómo lo hace?
Imaginemos que acaba de nacer un niño; imaginemos que papá y mamá se quieren y saben mostrarse su amor, que saben respetarse. Además, el ambiente de casa es relajado, tranquilo y al niño le dan todas las muestras de amor, de afecto, son tolerantes con él, le corrigen con respeto, le enseñan, permiten que investigue, que se exprese, refuerzan todas sus conductas adaptadas y positivas, le evitan sustos, malos ratos, evitan subidas de tono en su presencia y le atienden correctamente en todos los aspectos. Así pasan los meses y los dos o tres primeros años ¿cómo creerá ese niño que es el mundo? Con toda seguridad, creerá que el mundo es relajado, tranquilo, creerá que puede mostrarse como es, que puede expresarse y ser comprendido, que él vale, que él puede, que él sirve. Tenderá a forjarse un autoconcepto positivo, sano y equilibrado.
Tal vez haya quien me diga que se forjará una idea equivocada del mundo, ya que éste es hostil, existen personas que desarrollan malas conductas, hay accidentes, hay catástrofes, etc., sin embargo no es así. Lo que ocurrirá es que será un niño sano, mentalmente equilibrado y cuando se vaya encontrando con los problemas de la vida, por ejemplo, un niño que le pega en la guardería, un pequeño accidente, o cualquier situación frustrante, serán percibidas por una mente sana que sabrá analizarlas desde el equilibrio y si tiene que activar estructuras emocionales, que nos vienen dadas para situaciones de supervivencia y otras funciones, se activarán adecuadamente, porque la situación lo requiere y le proporcionará la respuesta adaptada a esa situación difícil a la que se estará enfrentando.
Si por el contrario, por ejemplo, en un acto de contacto con el mundo, descubriéndolo -supongamos que tiene dos años-, va a coger un vaso con agua que se encuentra al borde de la mesa y le pegamos un grito, por tanto le asustamos y llora, habremos activado estructuras emocionales que sería adecuado activar, como decíamos, en cuestiones de supervivencia y no ante un acto que no entraña peligro; pero sí de este modo, el niño aprenderá a asociar actos como estos, que potencian la autonomía, la investigación de sus posibilidades, con peligro, y así, poco a poco y si repetimos esta actitud como padres, le estaremos enseñando que hay demasiados peligros por ahí, como para investigar, ser autónomo, independiente y seguro de sí mismo. Por otro lado le estaremos trasmitiendo indirectamente que nos decepciona, que no hace bien las cosas y que por tanto no puede, no sabe, no debe. Le estaremos ayudando a forjarse un autoconcepto negativo.
Suelo decir a mis pacientes que cuando uno tiene el cerebro “derecho” –quiero decir sano, equilibrado-, lo torcido, lo negativo se percibe como tal, ahora bien, si el cerebro está “torcido” y nos encontramos con un acto también torcido, negativo ¿qué es lo torcido? ¿el acto, la circunstancia exterior o yo?, ¿qué hacer?, ¿por dónde tiro?, tal vez me sienta inseguro y me quede paralizado, incluso ante cuestiones banales, o me sienta cortado para establecer relaciones relajadas, cordiales, normales.
Por todo esto es por lo que son tan importantes los primeros años de vida. En ellos se van a definir las maneras que uno va adoptar a la hora de afrontar la vida, en ellos se van a forjar gran parte de los recursos, la personalidad y el autoconcepto.
No significa que ya no habrá remedio, pues la vida depara experiencias que poco a poco, aunque con dificultad, pueden modificar estas fuertes tendencias a afrontar circunstancias de una forma u otra, pero como digo, con dificultad y en muchos casos se hará imprescindible una psicoterapia.
¿Cómo puede un niño crecer sano si no llega a sentir que responde a lo que sus padres –los seres más grandes, sabios y capaces que él conoce- esperan de él? ¿Cómo va a sentirse capaz de afrontar las circunstancias de la vida, si la relación con sus padres le lleva a sentir que no hace las cosas bien?
No basta con sentir que queremos mucho a nuestros hijos, les ha de llegar a ellos, han de notarlo, sentirlo, percibirlo a través de la relación. Si un padre grita a su hijo, le pega, según él porque le quiere y quiere corregir determinada conducta -seguramente susceptible de ser modificada con métodos más adecuados-, lo que sucede en la mente del niño no es “papá me quiere mucho y desea que yo me porte de otro modo”, no, no sucede eso, él nota que desagrada a papá, que le decepciona, se asusta y el autoconcepto que desarrolla es negativo. Si por el contrario va a cruzar una calle, estamos lejos, hay peligro de ser atropellado y le damos un fuerte grito que le paraliza y se evita el accidente, aquí se habrán activado estructuras emocionales de la supervivencia, que favorecerán grabar la experiencia en la memoria, pero en este caso, asociando la activación emocional a una situación de peligro real, producirán el efecto de aprendizaje deseado, que no será otro que el de precaución al cruzar una calle.
Cualquier circunstancia vivida y asociada a una emoción, queda grabada en la memoria con mayor facilidad, intensidad y rapidez, pero hemos de tener cuidado de hacerlo cuando realmente es necesario, no para aprender matemáticas, o para que el niño no realice actos que son naturales en el contacto con el mundo y no entrañan peligro objetivo, aunque a veces nos resulten molestos.
En el trato que les dispensamos, en las circunstancias que les rodean, está la clave de la imagen que se van a forjar de sí mismos. Somos como espejos que devuelven una imagen de cómo son, para qué sirven, de qué son capaces e incluso de si son dignos de ser amados, queridos, respetados y admirados. Por tanto tratémosles de esa forma que fomente el que desarrollen un autoconcepto sano, positivo, una buena autoestima, que les permita disfrutar de la vida de una manera sana, feliz y relajada.
Miguel Ángel Ruiz González
Psicólogo colegiado BI00253