compasion

Curas y Psicólogos

A lo largo de estos años de ejercicio profesional, he oído en alguna ocasión, que los psicólogos hacíamos una labor, en cierta forma, parecida a la de los curas. Desde luego que no tiene que ver una cosa con otra, sin embargo hay algunos aspectos que tienen, o pueden tener en común las religiones y la psicología.

Para explicarme traeré a colación un video de esos que circulan por Internet, en el que se ve a un niño pequeño, de unos dos años, que está sentado viendo la TV con su chupete en la boca, mientras emiten unas imágenes de unos niños de raza negra, escuálidos, llorando y llenos de moscas. De repente el niño se levanta, se dirige al televisor, se saca el chupete y se lo intenta poner en la boca a un niño de la pantalla, condolido e intentando consolarlo. Pues bien, este gesto, es evidente que no es producto o consecuencia de la educación, sino algo natural en los seres humanos desde muy pequeños, es el sentimiento de compasión que va un poco más allá que la empatía.

Es probable que este sentimiento, como muchas o todas las emociones, tenga que ver con la supervivencia. Puesto que los seres humanos no tenemos grandes garras, tamaño o velocidad especiales, es muy posible que precisemos y sobre todo, hayamos precisado, organizarnos en grupos para adaptarnos a un entorno lleno de predadores físicamente más desarrollados que nosotros. Para hacerlo, fue y es necesario comprender las necesidades del otro, su dolor, lo que le gusta, lo que le aflige, así como el deseo, intención y acción de poner remedio al sufrimiento ajeno. Si esto es así, sentimientos como la compasión vendrían en nuestra naturaleza, y responder a ellos sería algo adaptativo que favorecería la supervivencia y el bienestar del grupo. A su vez estrecharía lazos, fomentaría o desarrollaría otros sentimientos como el amor y redundaría en un mayor bienestar y en definitiva felicidad del compadecido y amado, y del compasivo y amante.

Matthieu Ricard es un monje lama, de origen francés en la actualidad se dice que es la mano derecha del Dalai Lama, se sometió a unas investigaciones sobre neurociencia afectiva, que llevó a cabo la universidad de Wisconsin (EEUU). El resultado fueron unas puntuaciones muy altas en felicidad, bastante más de lo esperado por los científicos, de ahí vino el que se le definiese como «el hombre más feliz del mundo». Cuando se sometió a estas investigaciones las condiciones no eran las mejores, alta temperatura, lleno de cables, dentro de un scanner, etc.… Sin embargo, lo que él hizo con su mente fue un ejercicio de meditación que llama de amor universal, en el que provoca sentimientos de amor y compasión que se traducen en ese estado de gran bienestar y felicidad personal.

Son muchos los estudios, desde muy diversas ramas del conocimiento que están demostrando que las mayores cotas de excelencia, equilibrio, desarrollo humano y felicidad, se consiguen cultivando actitudes y pensamientos que produzcan o tengan que ver, con esos sentimientos como son la compasión, el amor, la generosidad, el altruismo, la solidaridad…

Desde las religiones, concretamente desde la católica, se nos ha instado a potenciar esos valores con el fin de ganar el cielo. Hoy en día desde la psicología, el cielo no podemos afirmar que ganemos, eso sería una cuestión de fe, pero sí podemos afirmar que ganaremos en salud, bienestar, equilibrio y excelencia y por ende en felicidad.

La gestión de las emociones y potenciar los sentimientos mencionados está formando parte de los estudios más avanzados en educación, pero no solo con el fin de mejorar las condiciones de vida de muchísimos seres del planeta y hacer un mundo más justo, sino además desde el conocimiento que ya tenemos, del estado de equilibrio y bienestar que produce al que los cultiva.

El otro día leía una frase de Horacio que me pareció muy hermosa, más o menos decía:

«Recorremos el mundo persiguiendo la felicidad sin darnos cuenta que siempre la tenemos al alcance de la mano»

Si esto es así, que siempre la tenemos al alcance de la mano, debe tener que ver con algo que nosotros podamos hacer y no con algo que dependa del exterior, de la consecución de un logro o de otras personas. Creo sinceramente que la felicidad es un sentimiento que surge de nuestro interior como consecuencia de algo que hacemos o pensamos o ambas cosas. Eso que podemos hacer o pensar, parece ser que si tiene que ver con el bienestar ajeno, con el amor al prójimo, con la compasión. De este modo el estado de bienestar personal es casi instantáneo.

Ahora se comprenderá mucho mejor el título de este artículo «curas y psicólogos», pues ambos nos proponen conductas similares. Lo curioso es que si estudiamos el tema más profundamente, estos valores los encontramos en otras religiones. Como vemos, en el budismo que va directamente enfocado al desarrollo del hombre sin intentar satisfacer a ningún Dios, ni ganar ningún cielo, al menos nada parecido al del cristianismo o islamismo, aduce a los ejercicios de meditación y conducta directamente, con el objetivo de llegar al desarrollo de la persona que medita.

Los psicólogos que trabajamos en salud mental, ayudamos a la gente a resolver sus conflictos, gestionar sus emociones, modificar las conductas que les generan o mantienen sus problemas, con el fin de que alcancen su salud mental, pero ¿cuáles el último objetivo?, ¿para qué resolver el problema? La respuesta es evidente, para que sean más felices. Por tanto ir hacia la consecución de la felicidad, educar a nuestros hijos para que sepan ser felices, se hagan responsables de su felicidad, es algo fundamental y el camino no ha de ser solamente el de resolver problemas para después ser feliz, sino entender la vida de tal modo que vivirla sea una actitud tal, que impida caer en trastorno mental o psicológico y para ello hemos de plantearnos cuáles son los valores que nos rigen, ya que estos dirigen nuestra conducta.

Si hacemos un análisis sobre los valores que mueven esta sociedad veremos que son el dinero, el poder, la imagen, la fama, etc. ¿Y el amor, la compasión…? En qué lugar están. ¿Por qué seguimos empeñados en creer que seremos más felices con dinero o con más dinero?, o peor aún ¿por qué creemos que no podremos ser felices hasta que tengamos esto o aquello, o consigamos tal objeto u objetivo? Por qué no nos damos cuenta de la necedad que es posponer nuestra felicidad hasta la consecución de un logro, cuando simplemente una actitud o un pensamiento en el instante presente, nos pueden hacer felices. Nunca vivimos otro tiempo que el instante presente, nunca pudimos hacer o pensar más de una cosa en un instante, ¿por qué hacemos tan difícil el ser felices? Pensemos en la siguiente escena, imaginemos unos niños de una etnia aún al margen de nuestra civilización, jugando y tirándose al río desde un árbol y al mismo tiempo, unos niños del barrio más rico del planeta, jugando con los juegos o juguetes más sofisticados del momento, ¿realmente creemos que son más felices estos segundos? Es obvio que en esos instantes ambos grupos serán felices y será muy difícil distinguir qué grupo lo es más. La activación cerebral, química y bioeléctrica será muy similar en ambos grupos de cerebros, al menos en lo referido al estado emocional de felicidad y bienestar, ya que éste dependerá de lo que esté haciendo o pensando dicho cerebro, y no del objeto que se tenga entre las manos, o la ropa que se lleve puesta, es más, los primeros pueden no llevar ninguna, no es cuestión de eso.

Hoy sabemos qué actitudes y pensamientos nos hacen felices, no esperemos más, comencemos ahora mismo. ¿Qué tememos? ¿De qué nos avergonzamos? Cuando hago estas reflexiones, cuando he pensado en escribir este artículo, me he planteado el que probablemente va a haber gente que me tache de cursi. Sí, porque parece que hablar de amor al prójimo, de compasión, etc., es cuando menos cursi. Sin embargo, decir que he conseguido tal objetivo económico, que tengo esto o aquello, que valgo para esto o lo otro, que consigo que se haga lo que yo digo, que el otro día me impuse a tal persona, etc., son cosas que sí se pueden decir, e incluso pueden despertar admiración en muchos y envidia en otros, pero sobre todo, responden a valores que se consideran normales y positivos en cuanto a que son indicativos de poder, estatus o dinero y desde luego nada cursis, es curioso. Es como si estuviera de moda ser poderoso y ser compasivo fuera algo trasnochado.

Siguiendo con la reflexión de por qué nos rigen unos valores y no otros, se me ocurre pensar que valores como el poder o el dinero, son importantes cuando lo principal es defendernos de otros grupos y salvar lo nuestro. Dentro del propio grupo, para la supervivencia, serían necesarios valores como la compasión o solidaridad, pero enfrentados a otros grupos, que también precisan sobrevivir, y para ello puedan querer nuestro «trigo», se haría necesario responder a otros valores como la fuerza y el poder. Es decir, una buena manera de evitar luchas encarnizadas y que valores como el poder no nos rijan, podría ser pertenecer al mismo grupo. Si observamos nuestra sociedad, vemos que hoy en día es francamente difícil una guerra entre Aragón y Cataluña o España y Francia. Cuanto más nos conocemos, más interactuamos, más nos organizamos conjuntamente, menor necesidad de imponernos a los otros tenemos, porque los otros forman parte de lo nuestro.

Nuestras emociones son adaptativas, para sobrevivir. Así en ese proceso adaptativo, hemos ido forjando valores que irían más allá de la simple supervivencia. Satisfaciendo esos valores, pretendemos la felicidad, pero no la alcanzaremos mientras valores como el poder, ocupen lugares prioritarios y otros más importantes, como por ejemplo la compasión, ocupen lugares secundarios.

Miguel Ángel Ruiz González
Psicólogo colegiado BI00253